Mis diosas (de 1961 a 1964), por Ildefonso Arenas

A sugerencia de Manolo Rincón, que a menudo tiene magníficas ideas, se me ha ocurrido torturaros con la evocación de mis diosas (sólo hay dos tipos de tales; unas son las griegas olímpicas, de las que sigo siendo un devoto contumaz, y las otras son las actrices que nos han hecho soñar; bueno, y alguna que todavía lo consigue), aunque limitándome a las de mis últimos años en el Ramiro (ghetto nocturno); si alguno se anima a recoger el testigo y nos ofrece las suyas, todos nos divertiremos un poquito más.

Vaya por delante que esta es una página dedicada, sobre todo, a la nostalgia de aquel tiempo. Nos abríamos a la vida, las bellísimas actrices dominaban nuestros ensueños y en no pocos casos devenían responsables de que amaneciéramos a flote. Después, supongo, todos menos los curas hemos seguido teniendo diosas, hasta que un día nos casamos con una y dejamos de ser creyentes; quizá no del todo, aunque jamás se lo confesaremos a las dueñas de nuestras almas. Ahora bien, la inocencia con la que nos enamoramos de quienes se hicieron con ellas entre nuestros 14 y 17 no es un sentimiento que después hayamos podido reinstalar. Enfrentarnos a la universidad o al mundo del trabajo era, entre otras cosas, desplazar pioridades de la imaginación al tacto (bien, puede que no todos, pero el que más y el que menos siempre acabó teniendo algo para palpar), de modo que la dulzura del ensueño, de siempre un mero placer del alma, terminó por desvanecerse.

La nostalgia me gusta mucho. Es una droga dura que me aviva la imaginación, la cual es, a fin de cuentas, buena parte de lo que me mantiene vivo y despierto. Si a vosotros os pasa lo mismo, bienvenidos a este rincón (va sin segundas). Si no os pasa, os acompaño en el sentimiento.



Ava Gardner


Empezar diciendo que a uno le ha gustado Ava Gardner es aceptar un automático 'anda éste, y a quién no'. Vale, sí, pero recordad que doña Ava fue cosecha de 1922. En 1961, el año al que se remontan mis ensueños, tenía 39 tacos, un millón de kilómetros y el alma repleta de cicatrices. En los tiempos en que la presión mediática nos empujaba sobre las horrendas Pili y Mili, su siniestra amiga Marisol y la espeluznante Pilar Cuesta (la de 'Zampo y yo'), reconoceréis que soñar con una gringa de 39 no era standard. Sin embargo era mi sueño capital, y por eso empiezo por ahí. Lo era, y aún lo es, porque no sólo fue una diosa para soñarla. También la vi, y hasta la toqué. Ahora, ya despertada la morbosa expectación (eso espero) concentráos y asimilad.

Ava Gardner llegó a mi vida gracias al cine Voy y a José Luis Cerdán. Los dos cogíamos el 2 (Eloy Gonzalo - República Argentina), al menos cuando llovía. Una tarde de poco frío dejó de llover al llegar a Eloy Gonzalo, y Cerdán y yo, y no recuerdo si algún otro más, nos dimos una vuelta por Álvarez de Castro, hasta el cine Voy; desde allí él seguía por Viriato hacia su casa, y yo a la mía, un poquito más allá de García de Paredes. Aquella tarde sucedió algo mágico: al llegar al Voy, y tras admirarnos (era un rito) con los haigas de los americanos y con las tías que venían con ellos, nos fijamos en las carteleras, las cuales anunciaban que aquel día daban 'The Barefoot Comtessa', de Ava Gardner. Yo, que no sabía ni pedo de inglés (eran tiempos anteriores a Miss Serigna), me pregunté en voz alta qué significaría éso, y Cerdán, con gran generosidad y en el tono categórico que ya por entonces era su inconfundible sello personal, iluminó mi mente: 

-La Condesa en Pelotas.

A partir de ahí me concentré un poquito más en la condesa, para encontrar muy justificable que viniese tanto gringo a verla en cueros. Tras eso, y muy despacio, el espectro de Ava Gardner comenzó a aparecérseme, dormido y despierto, entre musaraña y musaraña o, simplemente, por las buenas.

Esta foto de cartelera, o una similar, fue la que se apoderó de mi alma con carácter irreversible.
El gran Jorge Fiestas dijo de ella que era 'el animal más bello del mundo'.
En lo que a mi respecta, y entre 1961 y 1964, le daría la razón.

Los años fueron pasando y poco a poco fui viendo películas de mi diosa favorita (no era la única; sólo la que me consumía más ciclos). Era difícil, ya que casi todas eran de 4 para arriba y absolutamente no toleradas, pero gracias a las legendarias tragaderas de los porteros del Quevedo a menudo conseguía verlas (un cine maravilloso, os lo juro; si ibas solo corrías cierto riesgo de que te metiera mano el pederasta de plantilla, pero en grupo no había peligro). Así vi Mogambo, Cruce de Destinos (espantoso título; en inglés es Bhowany Junction) y, la que más me maravilló, La Hora Final (en inglés, On The Beach); vi también algunas otras más, aunque por lo que sea no quedaron registradas en el disco duro de mi mente. Ahora, esas tres me han perseguido toda mi vida, al punto de que sus DVD's y BR's siguen estando bien a mano en mi pequeña filmoteca, y de vez en cuando me ayudan a revivir no ya una imagen olvidada, sino un estado de ánimo todavía no extinguido.



La foto de arriba es una promocional de 'Mogambo'. No estoy seguro de que proceda de ninguna 'still' ni sea parte del 'footage', porque no recuerdo que apareciera tan enjoyada (la acción transcurre en una selva de verdad, la de Uganda con Tanzania, con gorilas enormes e indígenas muy cabreados, pues eran los tiempos del Mau-Mau), pero aún así ilustra muy bien cómo era mi diosa particular a las 33 castañas. A los que no habéis visto Mogambo os diría que trata de un cazador blanco entrado en años (Clark Gable) que organiza safaris para gente forrada. En esto le aparece una pilingui de luxe (la Gardner) que se ha descolgado del amigoide que organiza un safari y que hace 'no-show' en el último instante, con lo cual ella se queda de okupa en la cabaña del cazador gruñón, el cual no tarda en dejar de gruñir (es propio de fornicar a destajo: se gruñe mal). Después aparece un matrimonio de científicos very british; ella, Grace Kelly, parece muy necesitada de la parte de los bajos, de lo cual se ocupa con presteza el eficiente cazador. A partir de ahí se organiza una merienda de cuernos, gorilas, tajadas y tiros que acaba fatal (el cazador se casa con la pilingui, los científicos se reajuntan y regresan al UK, y a los gorilas se los cepillan, o algo así). En general resulta inconcebible, pero como la censura cambió los diálogos para transformar en hermanos al matrimonio de científicos la historia resultante, de puro desopilante, asciende a  descacharrante. La prensa especializada divulgó que la Gardner y la Kelly se llevaban a matar, que la última se tiraba todo lo que se movía, que la otra le habría echado una mano de no estar todo el tiempo borracha, y otras cosas aún peores, aunque para mí todo eso era intrascendente. Prefería quedarme con la imagen de mi diosa acariciando un elefante adolescente en cuyo pellejo no me habría importado reencarnarme.



De un año después era 'Bhowany Junction' (Cruce de Destinos). Ambientada en la inminente frontera indopakistaní de 1947, trata de un nudo ferroviaro con problemas de intocables irritados y musulmanes terroristas donde la guarnición británica está en favor de que les hagan pocos muertos, deseosos de largarse cuanto antes y que así los indígenas puedan masacrarse los unos a los otros sin que a ellos les salpique. El coronel que los manda, un guapísimo Stewart Granger (borda el papel de viejo guerrero desencantado, por no decir hasta los mismísimos), se encuentra con una WREN mestiza, hija de maquinista galés y madre india, que es la Gardner (la foto de más arriba es una promocional con sari). El argumento es delirante, pero se deja ver; no ha envejecido demasiado, salvo en las escenas de acción, que hoy dan risa. Lo mejor, con diferencia, la Gardner. Atrapada entre dos culturas, una india para los ingleses y una inglesa para los indios, está hecha un completo lío. Tiene un novio indio que la quiere con locura, pero con el absurdo platonismo de su cultura, mientras ella, en secreto, bebe los vientos por el displicente coronel, que los días en que se muestra más amable la trata como a una compresa usada. Su no saber cuál era su sitio en este mundo -decía la crítica de los primeros 60's- era la razón de su desazón, pero estudios ulteriores avalados por ella misma aseveraban causas más prosaicas, como un ir fatal de la parte de los bajos, origen primordial de toda histeria femenina que se precie. Los acontecimientos acaban precipitándose, y así llega una secuencia gloriosa donde Miss Gardner, aparentando estar como una cuba (lo borda; no en vano era su estado natural) baila y requetebaila bien asida del flemático coronel ante un regimiento de escoceses con faldita, o algo así, con lo cual hasta la cabra termina derritiéndose. La expresión de mi diosa, yendo de una petite mort mental a otra, entre las brumas de la tajada y sostenida con mano enérgica por un coronel que desde luego sabía de dónde agarrarla, me demostró que las panolis de mi barrio no tenían ni puta idea de nada.

Muchos años después leí, en una de las varias biografías de Miss Gardner que prestigian mi biblioteca, que pocos días antes de dejar de fumar, paralizada del lado de babor y medio cantando el gorigori, viendo que daban en la tele 'Bhowany Junction' llamó por teléfono a su buen amigo Stewart Granger, que a la sazón también estaba para los leones. No recuerdo qué decía la biografía de la conversación que sostuvieron, pero sí que se despidieron con un nostálgico 'qué guapos estábamos, los dos', el cual no se me ha olvidado. Supongo que porque me enterneció. Contra lo que pueda pensarse, los informáticos no somos de piedra.



Esta es una promocional de On the Beach. Filmada en Australia en 1959 (la parte de la Gardner; hay footage de San Francisco, pero ahí no sale ella), mi diosa tenía esos 37 fantásticos tacos (recordad: aún no se había inventado el Photoshop). Según diversos testigos presenciales (Gregory Peck a la cabeza), ni estrías ni 'cheese cottage skin'; alguna pata de gallo, pero leve, y por lo demás como después de la primera revisión; debe ser verdad que la ingesta cuantiosa de alcohol, y ponerse morada de carnes rojas, es lo mejor contra la celulitis y el paso de los años. 

El argumento es de lo más alegre: ha habido una guerra nuclear, el hemisferio norte es kaputt y la malísima nube radiactiva se acerca poco a poco a Melbourne, de modo que en cosa de siete meses se irán todos a pendra un vermut. Así empieza. Termina siete meses después, sin sorpresas. El desarrollo es un tantico increíble, porque la flemática serenidad con la que todo el mundo se toma el supremo rescate que se les acerca se hace difícil de tragar, pero una vez aceptas que los británicos son así te metes en la historia y todo lo das por bueno, gracias, en especial, a Miss Gardner, que como siempre, de un modo absolutamente inexorable, les roba a todos la película. Incluso al submarino (HMS Andrew) y al portaaviones (HMAS Melbourne), que ya es decir.

La foto que sigue es la secuencia penúltima. La Gardner, plantada al pie del faro de Point Lonsdale (la punta de más al Oeste que cierra Port Philipp Bay, en cuyo fondo está Melbourne), ve salir al mar al submarino americano que manda su chico, ya que la tripulación ha decidido espicharla en SFO, y no en Melbourne. Es un momento sobrecogedor, o eso me pareció a mis tiernos 14 años. Tanto se me grabó que 25 después, la primera vez que fui a Melbourne, me las apañé para hacer pellas del trabajo, alquilé un coche y me fui allí, a Point Lonsdale, en la peregrina idea de atrapar un fantasma. No vi ninguno, pero el lugar era tal y como lo recordaba, exactamente igual de imponente. Lo que sí vi, al pie del faro (en otros planos aparece), fue una marisquería muy similar a las de Maine, a mi humilde juicio las mejores del mundo. Allí, evocando al fantasma de mi diosa, me zampé un bogavante a la plancha que me remolcaron a la mesa (decir 'trajeron' no sería exacto) y una botella de champagne australiano tan bueno como el mejor de nuestros cavas. Era el mínimo sacrificio que podía ofrecer a la diosa de las diosas.




Hay recuerdos que no se pueden desinstalar, ¿verdad?

Ava Gardner es uno de los más agradables que flotan en mi Big Data particular. Espero que algún día nos volvamos a encontrar en el Olimpo. 



Liselotte Pulver


En mi primer medio año de trabajar en Galerías mi presupuesto para cines, diversiones y orgías era cero. Ni perra, vamos. Apenas la peseta del metro, que a base de ir andando (el paseo de Álvarez de Castro 40 a Barquillo 17, unos tres kilómetros, no era para herniarse, y a cambio tenía para pagarme mi cambio de novelas semanal) era no sólo mi única fuente de cash, sino la explicación de que conservara una forma física decente. Aún así echaba de menos el cine. De ahí que agradeciera unas invitaciones a la sesión gratuita quincenal (versión original alemana, sin subtítulos) que ofrecia el Deutsche Kulturinstitute (plaza del Marqués de Salamanca) y que aparecían jamás supe cómo en la mesa de la secretaria del Gran Jefe, la cual me miraba con ternura (maternal, supongo). Así pude ver gratis (o volver a ver) unas cuantas películas cuyo recuerdo me ha acompañado toda mi vida, como 'Die Brücke', 'Peter Voss, der Millionendieb' y, muy especialmente', 'Helden'. Lo muy especial de la última se debe a que allí topé con otra de mis un tanto raras diosas. 'Helden' significa 'Héroes'; años después la estrenaron (tuvo serios problemas de censura, aunque doy fe de que no por tetas ni culos) con el título ridículo 'El Soldadito de Chocolate' (otra prueba de la calidad de las manos, si no de las pezuñas, en que anduvo nuestra cultura). La historia trataba de un soldado mercenario, un completo jeta, que se descuelga en un avance, se hace el herido y se hace cuidar en un schloss donde habita una châtelaine rubia, guapa, riquísima y soltera. No recuerdo cómo acaba (seguramente mal; o sea, que se casaban), pero sí que el soldadito da innumerables pruebas de poseer un cinismo descomunal. El soldadito era Otto Wilhelm Fischer, un actor austriaco incomprensiblemente popular en los 50's; la castellana era una chica suiza, Liselotte Pulver, y os aseguro que lo mío con ella fue un absoluto coup-de-foudre.




Así era Liselotte Pulver por entonces (1958), a los 29 tacos (a mi me parecía que aparentaba menos). Meses después, y ya menos mísero, volví a verla en otra de mayores (3R; a mis casi 15, de chaqueta y corbata, ya no me ponían pegas). Se llamaba 'Tiempo de Amar, Tiempo de Morir', a lo largo de los tiempos ha hecho derramar lágrimas para rebosar Bolarque y en ella hacía de pobre huérfana desamparada, con la que se casa sin amor un soldado de permiso que al llegar a su casa la encuentra destruida, con toda su familia muerta. Lo hace por solidaridad y para que alguien pueda disfrutar de su pensión si él perece, pero el caso es que al poco de yacer sin sexo encuentran que tampoco pasaría nada por probar. Total, que a él se le acaba el permiso, vuelve al frente, le llega una carta, es de su señora que le dice que un nuevo alemanote se halla en grada, y cuando se le pone la comprensible cara de bobo llega un soldado ruso y se lo carga. De llorar muchísimo, ya lo véis, pero yo no lloraba. Primero por no entrar en mi naturaleza, y segundo porque contemplar aquella diosa implicaba no prestar atención al melodrama.




Es el momento de ahí te quedas, que me voy a Rusia. Obsérvese la cara de recién preñada que pone mi segunda diosa favorita. El colega era un armario americano llamado John Gavin, que años después y una vez comprendió que lo suyo no era eso, se volvió diplomático, agente de la CIA, embajador y millonario.

En aquella época, finales de los 50's, Billy Wilder ultimaba los detalles de una comedia sangrienta, donde pensaba poner a parir a todo el mundo, comunistas y capitalistas, rusos y yankees, y sobre todo a los alemanes de los dos lados. Ya tenía el cast (encabezado por el que sería el mejor James Cagney de su carrera), pero le faltaba la secretaria complaciente. Le insinuaron recurrir a Marilyn Monroe, pero había tenido demasiado con ella en 'Some like it hot', además de que, al ser un papel secundario, ella jamás aceptaría. Luego le hablaron de alguna otra rubia explosiva, tipo Jayne Mansfield, pero él quería que fuese alemana, tanto porque parte de sus líneas serían en alemán como por necesitar un acento adecuado. Alguien le pasó una copia de 'Helden', y al momento dijo '¡ésa!'. Hubo ciertas dificultades de producción, porque pretendían que americanizara su nombre (prometiéndole una gran carrera en Hollywood), pero ella sólo tragó a medias, aceptando reducir su 'Liselotte' al diminutivo familiar 'Lilo'. Así, Lilo Pulver tendría el papelón de su vida. La verdad es que lo bordó, y que la peli es de lo mejor de Billy Wilder, pero tuvo la mala pata de (1) descojonarse demasiado de los gringos incultos y (2) estrenarla justo al tiempo de que los comunakas levantaran el Maur, el Muro de Berlín. Total, que fue un fracaso de crítica y de taquilla. Inmerecido, como demuestra que su carrera en VHS y en DVD le ha hecho ganar un potorrón de dinero, pero es de aceptar que se adelantó en exceso a su tiempo. En cuanto a mi diosa, hubo división de opiniones. Algunos sesudos sostenían que imitaba demasiado a Marilyn sin poseer la carrocería de Marilyn, otros opinaban que no podía ser más fea, otros criticaban que se le viera tanto el relleno (la verdad es que como diosa resultaba un tanto planchada), pero la opinión general era no ya que hacía reír mucho más que la prota (la sosísima Pamela Tiffin), sino que robaba todos y cada uno de los planos donde aparecía. Yo no me atrevo a decir nada. Sólo que con alguna frecuencia reveo 'One, Two, Three', y que me deleito en la escena de tres minutos donde Lilo Pulver, en descocado vestido de lunares, baila la Danza del Sable (Katchaturiam) sobre una mesa, iniciando al tiempo el tímido strip-tease de 'Gilda', y se queda con todo el mundo por la vida perdurable. Dios la bendiga.


 

Así era mi diosa Liselotte (Lilo) Pulver a los 31 tacos. Si no habéis visto 'Uno, Dos, Tres' corred a buscarla. Os desmanganillaréis (bueno, salvo aquellos que lleven amputado el sentido del humor).





De mi diosa poco más puedo contar. Su carrera en USA no llegó ni a despegar, y el cine alemán, donde nunca le faltó trabajo, aquí apenas llegaba. De vez en cuando, en algún viaje de trabajo por Alemania, veía cartelones anunciando alguna peli suya, pero cuando viajas por trabajo rara vez tienes tiempo de ir al cine. Sólo tras haberme liberado de la tiranía de las nóminas he vuelto a verla, alguna vez que otra. Es una viejecita especializada en papeles de señora muy amable (al natural, según creo, lo es), y si bien su físico ya no se parece al de la escena de más arriba, su voz, su portentosa voz, sigue sonando igual.



Stefania Sandrelli



Supe que existía una chica llamada Stefanía Sandrelli en 1963, cuando ya tenía presupuesto para ir al cine de vez en cuando. Lo supe al ver en el Capitol (con una gran amiga de la que alguna vez os he hablado) una italianada llamada 'Divorcio a la Italiana'. Iba de un caballero siciliano muy facha y muy carca (un Marcello Mastroianni encantador), casado con una tía con bigote y más fea que picio pero con mucha pasta; el buen hombre va tirando con su poquito de puterío y las reglamentarias querindongas de plantilla, al estilo homologado por la Iglesia, pero la llegada de una sobrina de 16 (los mismos que tenía Stefania Sandrelli; es cosecha del 46 y la peli se filmó en el 62) le tira el sistema. Así, pone en marcha la máquina de conspirar (al tiempo que semiseduce a la sobrina virginal; dicho de otro modo, que todo menos eso, querido tío); hora y pico después (lo que dura la peli), tras unas trapisondas que serían hilarantes de no ser trágicas, pega un tiro a su señora y se la carga, si bien que por 'razón de honor'. Como eso en Italia es pecado venial (me temo que en España también lo es), sale del paso con unos pocos meses en un trullo de cinco estrellas. Tras eso, una espera no muy larga y se casa con la sobrina virginal, en la que deposita todo su amor de cuarentón que al fin ha visto la luz, aunque con sorpresa final. A los efectos de lo que os cuento, desde que apareció en pantalla la Sandrelli dejé de preocuparme por mi sorprendida compañera, que no parecía comprender mi súbito desinterés por su persona física. Cuando se está en presencia de una diosa, espero estéis de acuerdo, las mortales vulgares no tienen nada que hacer




Así era la Stefania Sandrelli de 16 añitos (1962). Me parece que fue la primera vez en que la mente se me nubló por una diosa de mi edad.



Así aparecía en las escenas finales de 'Divorcio a la Italiana, según posaba para su recién estrenado marido en la toldilla de su yate. Ni que decir tiene que tanto Marcello Mastroianni como yo alucinábamos pepinillos.


Esta es la escena final, la de la gran sorpresa. El encuadre no lo muestra, pero en pantalla se veía que uno de los pies de la esposa virginal (el de babor) tanteaba sin disimulo, según la besaba su enamoradísimo marido, la entereza braguetal del tripulante, un pavo guapísimo llamado Maurizio Arenas (su nombre real) y que por razones evidentes me caía muy simpático. Esa combinación de virginalidad y perversidad acabó de poner en claro que me hallaba frente a una diosa por demás digna de ser adorada. Hoy, que ya tiene 66, la sigo adorando.




A partir del exitazo de 'Divorcio a la Italiana' (en Italia los cines se venían abajo, salvo los sicilianos) Stefanía atacó en varios frentes a la vez; así, se lió con un tipo casado (Gino Paoli) con el que tuvo una hija en 1963, a sus 17 añitos; tras eso decidió que una alimentación sana implica comer de todo, de modo que inició una muy duradera amistad con una actriz yugoslava que también era un minón, Sylva Koscina, lo cual fue muy comentado en su momento y en los años que siguieron, y tras eso filmó una nueva película, de parámetros similares a la anterior, que se llemó 'Sedotta y Abandonatta', la cual terminó de encumbrarla (la foto de arriba en una 'still' de producción). Desde ahí, y durante veinte años, la suya fue una carrera un tanto desordenada, sin excesivo criterio y sin buscar ser la heredera de nadie, ni de Sofía Loren, ni de Gina Lollobrigida ni de Silvana Mangano. Nunca tuvo pretensiones de maggioratta. Lo que más le gustaba era vivir a su aire y hacer lo que diera la gana, si bien sentía cierta debilidad por los grandes creadores del rojerío italiano, en especial Bertolucci, con el que filmó un memorable 'Il conformista', memorable no porque fuera una obra de arte asombrosa, sino por el tango que se marcaba con Dominique Sanda, otra verdadera diosa (pero mucho más joven; por eso no la consigno aquí), que dejó la mar de turbadas a las bienpensantes europeas (y ansiosos de ver más a los bienpensantes, y también a los golfos). Esta que sigue es una 'still' del tal tango.
 



Su gran salto a la fama tuvo lugar en 1983. Tenía 37 tacos, no andaba bien de dinero, no le salía ningún papel de prestigio y el porvernir se le planteaba tan negro como a cualquiera de las de su profesión cuando se acercan los 40. No estaba para los leones, debo advertir. Opinad, si no, sobre lo que aparecía por entonces en su 'book':



En Italia, en esos tiempos, sonaba ya bastante un director inclasificable, una especie de Buñuel trufado de Almodóvar y cruzado con Nacho Vidal. Tenía cierta fama de intelectual además de izquierdosillo, y también de realizar unas pelis la mar de inquietantes donde no se acababa de saber qué se estaba viendo, si un porno o la reedición inescrutable de 'El Año pasado en Mariembad'. Este hombre, que se llamaba Tinto Brass, tenía echado el ojo a la Sandrelli desde sus tiempos de madonna con sorpresa, y tras pensárselo muy bien se le acercó con una propuesta. Ella se lo pensó. Le proponían algo nuevo para ella, pues hasta entonces no había enseñado nada que no se pudiera lucir en una playa vaticana, pero de hacer esa película debería mostrar hasta las trompas  de Falopio. No estaba, por si fuera poco, muy segura de su cuerpo. De cara seguía siendo una belleza, pero el resto no era exactamente el de una virgen etérea. Era, más bien, una jamona de tomo y lomo. Lo dudó unos cuantos días, pero al fin se decidió, y así se filmó 'La Chiave' (aquí se llamó 'La Llave Secreta'), una historia basada en una novela japonesa donde una pareja incapaz de decirse las cosas a la cara lo hace por medio de un diario que lleva ella para que lo lea él, donde consigna las cochinadas que desearía le hicieran y donde él piensa, tras leerlas, 'pues ya verás tú luego'. La historia de Tinto Brass se complica bastante, pues interviene una hija fascista con novio guaperas que al poco se queda sin él, pues éste, al estilo del mejor Balzac, encuentra que la madre le gusta mucho más. Por si fuera poco está ambientada en una época mágica para los italianos, los meses que precedieron a su entrada en la WWII, y encima en Venecia, por si algo le faltaba. Brass es, ante todo, un fotógrafo extraordinario, de lo que dan fé las secuencias con la Sandrelli, sobre todo las pocas en que aparece vestida; siempre en colores fuertes (rojo, blanco o negro), lo que algo querrá decir (no tengo ni la menor idea). El resultado, en fin, fue un éxito que aún no se ha extinguido (su DVD es el más vendido del cine italiano, y de los que más del europeo), y que consiguió a la Sandrelli estar siempre contratada. Desde 'Jamón, Jamón' (1992, creo) no ha vuelto a quedarse sin bombachas, pero sigue saliendo a razón de dos pelis por año. Hoy es una señora de 66 a la que aún no se le ha extinguido la belleza, y mucho menos la simpatía, el ingenio y una inteligencia que quienes la conocen la saben más deslumbrante que cualquier otro de sus dones. 

Me gustaría ofreceros algún 'still' de La Chiave (casi todos son gloriosos), pero en ninguno de los mejores mi diosa lleva más de un collar de perlas, así que vosotros mismos: cargad Google, escribid 'Sandrelli Brass Chiave', pinchad en Imágenes (desactivad el filtro, si es que la señora, las hijas o las nueras os hacen tenerlo puesto) y podréis haceros una idea de la pinta que tendría Hera (Juno para los cursis de los romanos) si decidiera bajar del Olimpo y darse una vuelta por aquí.





Maureen O'Hara



La primera vez que vi a Maureen O'Hara no llegué a saber que la veía. Tendría yo no más de seis años; estoy seguro porque aún no habían arrasado el Diana, una ruina con una gran azotea que se alzaba en la Plaza del General Álvarez de Castro y que en verano hacía de cine al aire libre. Los parroquianos llevaban sus sillas, su botijo y su bocata-cena, y se disfrutaba un programa doble donde a nadie le molestaba que las condiciones acústicas fueran lamentables. Aquel pase lo recuerdo porque acabé cobrando, ya que mi prima Mari Pili y yo, de tonelajes parecidos, no dejábamos de darnos patadas mientras mi madre y mi tía Pilar se lo pasaban en grande llorando como locas, y es que 'Qué Verde era mi Valle' era de llorar muchísimo. Se filmó en 1941, cuando Miss O'Hara -nacida Fitzsimons- ya era una celebridad tanto en los USA como en el UK. La peli, que no podía ser más inocente (la volví a ver de mayor y lo puedo certificar), aún así escondía un par de píldoras difíciles de tragar por ese régimen que alguno de nosotros tanto parece añorar, la de la lucha sindical y la propaganda anti-nazi (1941 no era tiempo de ser ni desapasionado ni neutral), de modo que no se estrenó en España hasta bien entrados los 50's y ser debidamente cercenada por la parte de lo 'políticamente incorrecto'. Maureen O'Hara, una irlandesa de larga melena pelirroja de 5 pies y 9 pulgadas, y un arqueo estimado de 125 libras (1,73 y 55 kilos, no os mosquéeis), era por entonces como así:


Maureen O'Hara con 21 años en 'Qué verde era mi valle'.

A diferencia de lo usual entre las macizorras que sólo saben estar buenas, Maureen O'Hara era una consumada actriz de teatro clásico, una excelente soprano y una bailarina que si bien tenía ciertos problemas para sostenerse sobre sus puntas (de pequeña, no, pero tras desarrollarse alcanzó una talla y un desplazamiento excesivos para eso) nunca necesitó que la doblasen a la hora de marcarse una polka o una mazurka, ni tampoco al de liarse a bofetadas por un quítame allá ese novio. Era irlandesa, recordad, y bajo su melenaza pelirroja se agazapaba un temperamento de pantera en pleno SPM. Venía de una familia comprometida con la causa republicana, era bilingüe en irish (lo que los cursis de aquí llaman 'gaélico') y en english, y habría hecho una carrera de lo más convencional si a los 17 años Charles Laughton, que tenía muy buen ojo para descubrir señoras extraordinarias, no le hubiera propuesto el papel estelar de 'La Posada de Jamaica', así como dejar de ser Maureen Fitzsimons. Así empezó una carrera que fue de estrella desde el primer día, cosa que, como casi todo lo demás, descubrí muchísimos años después de que sucediera.

En 1951 llevaba 12 años haciendo cine, casi siempre en los USA (ya era ciudadana americana, pero sin haber perdido su nacionalidad irlandesa; fue la primera mujer que lo consiguió, tras una sonada y larga lucha legal; eso demuestra que, al igual que casi todos sus personajes, los tenía pero que muy bien puestos). A la sazón era tal que así:  





En ese mismo 1951 rodó en Irlanda, durante 10 semanas, la más afamada de sus películas. Quizá no la mejor, pero sí la que le hizo sentar plaza en el altar de la inmortalidad. El director era John Ford y el 'leading actor' John Wayne. Con los dos había hecho unas cuantas películas (todas 'westerns'), se conocían bien y eran grandes amigos, ellos y sus familias. Se murmura que en el caso de Ford la amistad llegó un puntito más lejos, y además a espaldas de los respectivos cónyuges; él nunca lo desmintió, pero ella sí. Llegaran o no a las sábanas, lo cierto es que 'El Hombre Tranquilo' ('The Quiet Man') fue uno de los raros ejemplos de película intemporal, filmada en estado de gracia y que jamás envejece. Muchos de vosotros la vísteis en esas siniestras sesiones de cine catequista del Ramiro, y hasta es posible que la recordéis. Yo la vi más mayor, creo que en el 64, en un ciclo sobre John Ford que organizó no recuerdo cuál colegio mayor, y debo decir no sólo que me encantó, sino que, como tantas veces me suele suceder (incluso en estos tiempos), la prota se hizo con mi alma. Al final hubo un coloquio de lo más intelectual, donde a Ford se le acusó de machista, de misógino y hasta de fascista, al Wayne de nazi, y a la O'Hara (o a su personaje) de pedazo de carne con ojos sometida con gusto a la tiranía del macho dominante, y quizá fuera verdad (por entonces andaba yo muy comprometido con la causa feminista; hoy en día, incluso más), aunque a pesar de que todo aquello sonaba muy gauche divine yo tenía la cabeza en otras cosas. 

Os recuerdo el argumento, por si lo habéis olvidado: un armario ex-boxeador, cosa que lleva en secreto (Wayne), regresa desde los USA al pueblo de Irlanda donde vivió su infancia (Innisfree, aunque tal pueblo no existe; Innisfree es un lago; el pueblo de verdad se llama Cong, o Conga en inglés; allí es donde se filmó la película). Según intenta establecerse, cosa que le resulta complicada porque no recuerda las ultramachistas costumbres locales, se fija en una treintona de buen ver, pelirroja y con fuego en los ojos, con fama de intratable y ya tenida por solterona incurable. Como es John Wayne se empeña a remar contra corriente, para descubrir (en una secuencia prodigiosa que os incluyo más abajo) que no es tran intratable. Se casan, como no podía ser de otro modo, para que así descubra él que su señora es una fiera y que necesita ser domada. El último cuarto de la peli describe el proceso de doma y disciplinaje, así como diversos acontecimientos ulteriores (un gran congreso eucarístico), para desembocar en un final trágico: hacen las paces y aceptan ser felices de por vida, con una carita de idiotas que destroza la película. La parte de la doma para mí fue prescindible. Yo jamás habría intentado domar a una mujer así. Las fuerzas de la naturaleza son para disfrutarlas, y las mujeres sometidas al recio Macho Alpha son cualquier cosa menos una fuerza de la naturaleza. Pese a todo la peli es memorable, y Maureen O'Hara alcanza en ella el status por el cual la cito aquí: el de una completa diosa. Mirad ahora la secuencia en cuestión (bajada de You Tube, pero se ve regular; si algo puedo recomendaros es arrumbar a El Corte Inglés y buscar una copia original; os merecerá la pena, ya veréis que sí):   





Esta secuencia ha inspirado infinidad de 'homenajes' desde que fue filmada. El mejor, en opinión de muchos, es el de Spielberg en ET, cuando el tal ET, borracho perdido, ve en la tele la escena original, se la envía por WiFi a su amigo de 11 años (el luego desaparecido Henry Thomas), y éste, gobernado a control remoto, hace lo propio con la chica superguay de su clase, una Erika Eleniak de casi 15 que con el tiempo haría una gran carrera de Playmate Centerfold. Ved ahora dos 'stills' de ambas secuencias y comparad:


El original
El homenaje

'The Quiet Man' insufló nuevas energías en la carrera de Mrs O'Hara (por entonces infelizmente casada y con una hija). Así filmó a lo largo de diez años, entre una docena menos conocidas, 'Lady Godiva' y 'The Wings of Eagles'. En la primera representa una reina mítica que para conseguir el perdón de su esposo (un rey bastante idiota que no le hacía el menor caso) a no sé cuáles maleantes, acepta su reto de pasearse desnuda por el pueblo a lomos de su caballo. Lo hace camuflada tras su larguísima melena y tras advertir a la ciudadanía que asomarse a la ventana supondría quedarse sin ojos. Gana el reto y por partida doble, porque su dueño y señor (otro Macho Alpha lamentable), que sí ha echado una miradita, se asombra de lo que tenía en el castillo sin hacerle ningún caso, lo cual se pone a remediar nada más bajar la diosa del caballo. La Lady Godiva de 1955 es de las más recatadas imaginables, como podéis advertir en la foto siguiente, pero aún así es la única de sus docenas de películas donde Maureen O'Hara enseña un poquito más de lo por entonces tenido por admisible. Una pena que la tal 'Lady Godiva' no la filmara Tinto Brass.






'Escrito bajo el Sol' (ridículo título con el que aquí prostituyeron a 'The Wings of Eagles') se filmó en 1957 y fue la última del trío Ford-O'Hara-Wayne. Era una historia inspirada vagamente en personajes reales, que no pienso explicaros (no merece la pena; era bastante idiota). En ella Maureen O'Hara mostraba unos 37 más que potables (veáse la foto siguiente), pero alguna pata de gallo y algún tendón del pescuezo indicaban que los días de diosa de las pantallas iban tocando a su fin. O se reciclaba o dejaría de haber papeles para ella, un pensamiento que le atormentaba porque entre su marido (del que andaba separándose), su agente y su contable, se había quedado poco menos que a la quinta pregunta. Necesitaba trabajar, y volver a Londres para ser Lady Macbeth no le apetecía nada, sobre todo por lo mal que paga el teatro clásico inglés.



Maureen O'Hara a los 37. La edad perfecta de las diosas perfectas.

El reciclaje, que no pudo ser más prodigioso, le llegó de rebote y con sangre. Acababa de cumplir 40 cuando Walt Disney le propuso ser la madre de 2 x Hayley Mills en un espanto que acabaría llamándose 'The Parents Trap' (aquí, en un alarde de imaginación, 'Tú a Boston y yo a California'). Hayley Mills, hija de Sir John Mills y Mary-Hayley Bell, era una niña de 14 que desde los 11 arrasaba en las taquillas. Dos pelis en su UK natal ('La Bahía del Tigre' y 'Cuando el Viento Silba'; la última fue miserablemente plagiada por Víctor Erice para filmar su incalificable 'El Espíritu de la Colmena') y otra en USA ('Pollyanna') la habían convertido en un yacimiento de petróleo. Para 'The Parents Trap' Disney buscaba una madre con tirón, de 40 muy bien llevados, sexy pero decente y aceptable por el público femenino americano; Maureen O'Hara era perfecta, y tras dura lucha logró convencerla, una vez que sus propias candidatas (Eleonor Parker era su favorita) le dijeran que nones. Ninguna de aquellas diosas en sus early forties quería ser la madre de una cosa de 14, porque sería encasillarse de por vida en madre de familia, y de ésos no hay muchos papeles, pero el $ es el $ y Mrs O'Hara acabó por dejarse seducir. Lo cierto fue que la jugada le salió mejor que bien, porque gracias a su oficio se comió literalmente la película, empezando por la empalagosísima Miss Mills. Ahí fue cuando empecé a fijarme en ella, sin saber que al poco (uno o dos años después), cuando vi 'The Quiet Man', me daría un yuyu del que felizmente sigo sin recobrarme.

La sangre vino al final, cuando vio que Disney había traicionado el contrato desplazándola de su lugar, 'leading actress', a 'support actress'. Estuvo a punto de presentar una demanda, con lo cual, contrato en mano, podría impedir que la película se estrenase, pero sus amigos, y los tenían buenos, le dijeron que desafiar a uno de los grandes gorilas del 'studio system' le supondría jamás volver a trabajar, de modo que aceptó un acuerdo $ amistoso para después instalar un turnomatic en la puerta de su agente, pues el descomunal éxito del engendro pronto quedó claro que se le debía imputar en más de un 50%. Fue porque, según profundas encuestas y siendo una película de consumo en familia, los tiernos infantes adolescentes sólo se fijaban en Miss Mills, pero los padres y las madres no sacaban los ojos de Mrs O'Hara, ellos para suspirar un 'quién tuviese algo así en casa' y ellas, siempre diestras en el rabillo del ojo, para pensar que aquel nuevo 'look' podría ir bien para que sus respectivos machos alpha las volviesen a hacer caso. La mejor prueba fue que el consumo de tinte caoba para pelambreras femeninas se disparó a niveles inimaginables durante medio 1961 y casi todo 1962. Sólo el interesante suicidio de Miss Monroe logró revertir la situación a cifras normales de consumo.

Esta es una 'still' de la película. Mrs. O'Hara, recién llegada de Boston y que acaba de ducharse (pese a eso está impecable), y tras una de las dos Mills, se asoma enfundada en un albornoz que sólo una diosa como ella puede transformar en prenda sexy. De verdad que si merece la pena volver a ver este horror es por contemplarla y adorarla.





Durante los diez años siguientes, hasta cumplir 51 (es cosecha de 1920), siguió haciendo películas; ninguna pasó a la historia, pero le dieron mucho dinero. La que más fue la última que filmó con John Wayne, 'El Gran McLintock', donde hace de esposa inaguantable de Mr Wayne; éste, tras una colosal azotaina, consigue domarla y dejarla sumisa como una gatita, lo que resulta lamentable, sí, pero amb el dólar no si xuga, y Mrs O'Hara, lo explica ella misma en sus muy sabrosas memorias, necesitaba llenar la hucha. Sin embargo, poco antes de los cincuenta le llegó una solución preferible a seguir arrastrándose por peliculillas despreciables: un millonario divorciado, propietario de una compañía aérea, poseedor de una fántástica propiedad en las Islas Vírgenes y que suspiraba por ella desde que vio en un cine su azotaina a manos de Mr Wayne. Qué cosas, ¿eh? Si es que no hay nada como un Macho Alpha con dinero. Aquí tenéis una still ilustradora:




En 1971, con 51 a las espaldas, cumplió su último contrato ('El Gran Jack') y se tramitó una autojubilación anticipada. Que yo sepa sólo volvió a trabajar en 1991, en un cameo para un amigo en 'Yo, Tú y Mamá'. Por entonces, fecha de decir 'ahí os quedáis' (1971) presentaba este aspecto de impressive goddess in her early fifties:





Hasta donde sé, vive felizmente en su casoplón de las Islas Vírgenes, con la cabeza bien puesta sobre los hombros. No sale mucho, pero aún es capaz de viajar. El año pasado, 2011, se complieron 60 del rodaje de 'The Quiet Man' en Cong. El pueblo, que es precioso (estuvimos allí el verano pasado), no es que la recuerde, es que la venera, pues tanto ella como la película son un reclamo turístico de primera categoría. 'The Quiet Man' sigue siendo una de las pelis clásicas que generan mayor facturación, en VHS, en DVD y en derechos de proyección, y por diversas razones una buena parte del dinero que tal cosa supone, tanto el directo como el indirecto, acaba en Cong. El programa de festejos fue de lo más sentido, y lo coronó Maureen O'Hara en un coche descubierto (el mismo con el que el pastor protestante local pasea a su obispo hacia el final de la película), tan simpática y tan agradable como ha sido toda su vida. Quise ofreceros el video, aunque por alguna razón oscura no se deja subir. Si tenéis curiosidad, pinchad aquí:


No me atrevo a garantizar que os merezca la pena, pero a mi mujer y a mí nos gustó mucho.


Dedicada a los que llevéis 'El Hombre Tranquilo' en el corazón. Como veréis, el Pub de Pat Cohan está exactamente igual.





Suzanne Pleshette


Alfred Hitchcock filmó 'Birds' ('Los Pájaros') en 1963. En Madrid se estrenó pocos meses después. Las películas de Hitchcock, absolutamente descomprometidas de cualquier cosa que no fuera tener en vilo a las almas sencillas, pasaban bien la censura, de modo que rara vez las veíamos con cortes. Quizá recordéis que hubo polémica tras su estreno. Los críticos no se atrevían a decir que al maestro le había salido un churro, y en cuanto a la gente lo usual era que saliera de los cines preguntándose qué habría sido aquello, si una de terror, o de suspense, o de amor extraño, o una simple cachondada de Sir Alfred. Yo tampoco estaba muy seguro de qué había visto (de hecho no comprendí de qué iba hasta dos años después, cuando compré en Londres 'The Apple Three' -fue mi primera visita a 'Foyles', lo más parecido en este mundo al Paraíso Terrenal-, una colección de seis cuentos de terror de Daphne du Maurier, publicada en 1953 aunque muy revitalizada por culpa de los 'Birds' de Mr Hitchcock), pero sí tenía claro que, a mi humilde juicio, Sir Alfred la había cagado con el cast. Rod Taylor no era mucho más que un armario de IKEA (bueno, entonces no había IKEA) y Tippi Hedren, a la que anunciaban como la nueva Grace Kelly, me parecía una rubiaja esmirriada que se hubiera tragado el palo de una escoba. La que me había encantado era la morena rellenita que hospedaba a la rubia, que había salido tiempo antes con el armario y que cuando los pájaros se cabreaban era de las primeras en dejar de fumar. Supongo que fue gracias al Fotogramas (ya lo compraba por entonces, y lo sigo haciendo) el saber que se llamaba Suzanne Pleshette, que tenía 26 tacos, que sólo medía 1,63 y que aquel había sido su primer papel de relevancia.


Suzanne Pleshette  y Tippi Hedren en 'Los Pájaros'.
Ninguna de las dos era precisamente un mujerón.

En Hollywod se dieron cuenta de que había robado la peli a la sosísima Miss Hedren, y la consecuencia fue su primer papel de prota, en una 'del Oeste' que firmaría el insigne Raoul Walsh. Ella era la esposa no consumadamente adúltera del comandante de no recuerdo cuál fuerte (en 1964 los cuernos de los altos jefes militares no podían pasar de platónicos) y el guapísimo Troy Donahue era el teniente cañón que sueña con ella, pero como el adulterio estaba muy mal visto los guionistas se la cargan, haciendo que quien cobrara la pieza fuera su mejor amiga de la peli, una rubia de plástico que se llamaba Dianne McBain si la memoria no me falla. Con eso Miss Pleshette prosiguió su ya iniciada carrera de perecer antes del final (salvo en las comedias no recuerdo una donde no la mataran; quizá fuera por tener carita, y sobre todo voz, de grandísima pecadora). En la vida real, sin embargo, ella fue la que se alzó con el guapetón, casándose contra él, aunque algo debió ir mal (las lenguas vespertinas situaban a Mr Donahue en la misma cofradía de Rock Hudson) porque al año partieron peras.

Su carrera, mientras tanto, proseguía (siempre muriendo); su agente, preocupado porque ya la hubieran matado cuatro veces, le aconsejó aceptara un papel en una comedia, 'The Ugly Dachsund' (aquí, 'Los Perros de mi Mujer'; sin comentarios), donde por primera vez no la matarían. De paso podría explotar dos de sus hasta entonces sólo insinuados dones: una exquisita capacidad de hacer reír y, pese a la blandurriez del argumento, unos chispazos sexies que a más de uno convencieron de que podría ser una diosa de la comedia para mayores.

'Los Perros de mi Mujer', con Dean Jones.
El dogo alemán no sé cómo carallu se llamaba.

Los capos de los estudios, sin embargo, insistían en que siguiera falleciendo. Ni ella ni su agente, por mucho que les repugnara, podían decir que no al siguiente papel, en el que haría de amor apasionado de Steve McQueen, por entonces ya entronizado Macho Alpha Total de la pantalla. La peli se llamó 'Nevada Smith', era una especie de Conde de Montecristo del Far West y no fue el 'blockbuster' (superéxito en taquilla) que se había calculado. Quizá fuera porque a los guionistas les salió un McQueen tan de piedra que se rompía. Sólo parecía una persona en su breve trato con el amor apasionado, Mrs Pleshette, pero el propio McQueen, que no quería compartir glorias con nadie, exigió que la mataran, y lo hicieron aprovechando que al fugarse de un presidio con su ayuda, y según emprendían un tórrido consolarse mutuamente de sus respectivas desdichas, apareciera una serpiente malísima y se cargase a la pobre Suzanne de un modo bastante desagradable



En el papel de Pilar, Nevada Smith; a McQueen le fastidió
soberanamente comprobar que le robaba todas las escenas

La mocasín cottonmouth ha hecho su trabajo; la moraleja es
que pecar contra el sexto en la selva no es aconsejable

'Nevada Smith' me pareció un bodrio, pero en la inocencia de mis 18 tacos (no tenía más cuando la vi) no dejó de conmoverme que a la pobre Suzanne se la cargaran otra vez. Por entonces ya le había cogido un gran apego (debí de ser de los pocos a quienes les gustó 'Los Perros de mi Mujer'), al punto de tenerla como una diosa más de mi Parnaso particular. Una diosa menor, sí, pero diosa al fin y al cabo. Su carrera no avanzaba mucho, quizá porque sólo le salían papeles de mejor amiga, amor doliente y asfixiado, y cosas por el estilo, todas ellas caracterizadas por finales trágicos, de modo que se dejó tentar por Walt Disney, que en 1967 buscaba una 'leading actress' pelín peculiar para su siguiente película 'para toda la familia'. Se llamaría 'Blackbeard's Ghost' (aquí 'Mi amigo el fantasma'; take of the flasch, carrasc), y aún siendo 'familiar' él pretendía que la actriz principal supiera transmitir un punto de picardía, un pelín sexy, que hiciera llevadera la tortura de llevar los monstruos al cine. A mi entender Mrs Pleshette lo bordó. Para una mirada superficial era una mujer poco impresionante y muy cerquita de los 30, reacia a creer en fantasmas pero a la que le gusta un pirado que duerme con uno, y además hay unos gangsters muy malos que le quieren hacer terribles perrerías. No sólo sale bien de todo eso, sino que, sabiamente espaciados, deja aquí y allá, con los gestos y con la voz -en inglés; si alguna vez he oído una voz sexy, pero sexy de verdad, es la de Suzanne Pleshette-, una colección de guiños y chispazos capaces de encandilar a cualquier caballero dotado de una mínima sensibilidad. Os invito a que la veáis bajo estas coordenadas, y por supuesto en inglés; los subtítulos no molestan demasiado.


Un still de Blackbeard's Ghost, cuando aún piensa que la historia del fantasma
sólo es un truco del galán (el insoportable Dean Jones) para llevársela al huerto.

La película fue un taquillazo, pero el resultado no fue bueno para ella, porque dejaron de matarla, sí, pero a cambio sólo le salían comedietas familiares. Por entonces había vuelto a casarse, y esta vez le salió un buen marido (podridito de pozos de petróleo), ya que estuvo con él cosa de treinta años. Olvidando los viejos sueños de ser una superstar se concentró en no quemarse demasiado y en explorar un mercado por entonces balbuceante, el del 'teleplay' o película filmada en vídeo, expresamente para la televisión. En ese otro mercado se asentó sin dificultad. Fue cumpliendo años, como todos, pero éstos la trataban bien (a los 40 presentaba el look de aquí abajo), de modo que siempre tuvo trabajo de señora interesante y edad indefinida, hasta que a mediados de los 90's, cerca de cumplir 60, se retiró casi del todo. Unos pocos años después, en 2008, se la llevó un cáncer de pulmón con el que luchaba desde hacía tres. Cuando lo supe me dio una cierta pena. Siempre que se me muere una diosa me la da, y es que, mal que me pese, no he dejado de ser un sentimental.








Las hermanas Françoise y Catherine Dorléac



Françoise y Catherine Dorléac se llevaban año y medio. Fueron las hijas #2 y #3 de Maurice Dorléac  y Renée Simonot. Nacieron en el París ocupado, en marzo del 42 y octubre del 43. De siempre vivieron en St. Cloud, un barrio que podría equivaler (salvando las distancias) al Chamartín madrileño, y aunque se independizaron nada más comenzar a ser notorias no se marcharon lejos. Fueron, sobre todo en vida de Françoise, dos chicas de la Porte de St. Cloud, o dos niñas bastante pijas si preferís leerlo así.

Los padres las educaron lo mejor que supieron, aunque siendo ambos actores conocidos y bien relacionados, y habiendo salido las dos bastante fotogénicas (no eran unas bellezas clásicas, pero la cámara se derretía con ellas), pronto estuvo claro que jamás ingresarían en la ENA. La hermana #4, aún más guapa -pero muy sosa-, siguió sus aguas aunque sin demasiada suerte, y la #1, que se llevaba peor con las cámaras, nunca tuvo intención de dedicarse al cine, ni al teatro, ni a nada que tuviera que ver con la bohemia. Era -lo sigue siendo- la más seria de las cuatro, además del patito feo.

En 1958 la mayor de las dos, Françoise, velaba sus armas para filmar su primera película. Realista, se sabía dueña de unas facciones difíciles, de pómulos muy altos, así como de una piel un tanto pecosa. Eso dio lugar a que desde muy pequeña se maquillase con el empeño de Cleopatra, en especial los ojos, que aún teniéndolos muy grandes necesitaba que lo pareciesen más, lo cual le suponía un promedio cotidiano de media hora cada uno (verla sin maquillaje debía dar miedo; de hecho, no he encontrado una sola foto suya de cara recién lavada). La otra, Catherine, de temperamento fatalista, se dejaba llevar, como buena hermana menor (y se pintaba mucho menos). La familia tenía una casa de vacaciones en Seineport, un pueblecito idílico en la ribera derecha del Sena, unos 25 Km al sur de París. La foto que sigue está tomada ese verano del 58, y no era 'de estudio'. Era, o eso creo, una simple foto familiar. En cualquier caso sirve bien para explicar cómo eran, respectivamente, a los 15 y a los 16. Si lográis remontaros por un instante a vosotros mismos a esa edad, espero admitáis que eran dos francesitas para soñar con ellas.





Françoise filmó su primera película, 'Les loups dans le bergerie', en 1959, con 17 añitos. A la crítica no le entusiasmó, ni al gran público tampoco (el que una niña de 17 años enseñara una teta no cayó nada bien a la espesa mayoría), pero los profesionales supieron ver que aquella jovencita descarada llevaba dinamita dentro. La foto que sigue es un still de producción, y permite formarse la idea de que, a la sazón, la dulce Françoise (1,75) era un saquito de huesos.



Al año siguiente (1960) filmó su tercera película, que a su vez fue la primera de su hermana Catherine. Se llamó 'Les portes claquent', y era una comedieta cien por cien de consumo doméstico francés, de las que jamás se estrenan fuera. En principio habría salido sólo Françoise, pero ésta se las compuso para que el director, Michel Fermaud, aceptara la necesidad argumental de una buena amiga de su personaje con dos líneas de texto, y así fue como una Catherine Dorléac más morena que un gato (hoy sería irreconocible) se incorporó al reparto. Lo hizo con su nombre, pero al llegar a la fase del montaje papá Dorléac pensó que repetir apellidos podría perjudicar la ya bien establecida presencia en los medios de Françoise, de modo que, casi por casualidad, Catherine pasó a lucir el segundo apellido de su madre, siendo a partir de aquel momento Catherine Deneuve. Ella, en realidad, no tenía empeño en hacer películas (atravesaba un periodo de formidable vagancia espiritual), pero la idea de ganarse unos cuantos francos sin hacer prácticamente nada consiguió que se sacudiera la galbana.

En la época de filmar 'Les portes claquent' eran como así:


Françoise Dorléac a los 18 años


Catherine Dorléac, desde 1960 Catherine Deneuve, a los 17




Tras aquella primera película en común sus carreras se mantuvieron separadas. Hasta 1963, el año en que ambas rodarían las películas que las llevaría a la fama internacional, cada una de ellas rodó cinco. Françoise consiguió un prestigio nacional por encima de toda duda con 'L'Homme de Rio', con Jean-Paul Belmondo, y Catherine logró lo propio con 'Et Satan conduit le bal', dirigida por su primer novio notorio, Roger Vadim; en ella, y a fin de no quedar tras su hermana en nada, se apuntó un comentadísimo 'a poil' que llevó a su madre cerca del infarto, pero a la sazón Catherine Deneuve era imparable. Se había instalado en el concepto 'yo hago lo que me da la gana', del cual sigue sin bajarse para supremo bien de la humanidad. También se instaló en el de rubia-rubia, olvidando para siempre que nació como un tizón. Jamás se le ha visto una raíz oscura, lo que hace pensar que quizá se tiña cada tres o cuatro días, y por lo que dejó ver en 'Le Sauvage' (1975, con Yves Montand) sin olvidar un solo pelo.

En el 63 Françoise filmó 'La peau douce' (http://basilpal.blogspot.com.es/p/la-piel-suave.html), la peli que la transformaría en una estrella internacional. Las dos fotos siguientes son de su book de por entonces y una 'still' de producción:







El mismo año Catherine rodó 'Les parapluies de Cherbourg', con los mismos resultados, o aún mayores, pues la película fue un bombazo de taquilla (Palma de Oro en Cannes/64). Los que la habéis visto, como Vicente, recordaréis, además de su imagen de madonna escapada de un altar, la rara holgura de las vestimentas que lucía, en general modelos muy sueltos y, siempre que podía, una gabardina inmensa. La razón era una indisimulable preñez (la cual, a su debido tiempo, dio lugar a Christian Vadim), y es de reconocer que Jacques Demy, el director, hizo bien en camuflarla, pues el rostro de maravillosa e inocente virginidad combinaba mal con un bombo de siete meses. En su book de 1963 aparecía como en la siguiente foto. La otra es una 'still' de 'Les Parapluies...' (obsérvese la tremenda gabardina).





A partir de Cannes/64 las dos tenían status de estrellas internacionales. Siguieron trabajando, aunque ya con pie y medio fuera del cine francés; seguían llevándose de maravilla, al punto que no se tenían por simples hermanas, sino por cómplices; incluso llegaron a coincidir en otra película, de capital y ambiente italiano aunque de reparto internacional. Se llamó 'La chasse a l'Homme', según creo la censura no dejó estrenarla en España (se cachondeaba demasiado de determinados bienes culturales patrios, como la Iglesia, la dictadura y el machismo Alpha), y en ella las dos mostraban sus más formidables talentos: Catherine, su fenomenal capacidad de ser preciosa y dejarse adorar; Françoise, su prodigioso don de hacer reír hasta la descoyuntación maxilar (descarada, simpatiquísima y venenosamente sexy, en sus escenas no sobrevivía nadie). 

En 1966 las dos saltaron bruscamente al cine de autor, ambas con Polanski. Primero Catherine con 'Repulsión', donde daba vida a una psicópata cautivadora ('tiene aspecto de virgen profesional, pero sexy', la definiría después Polanski), y después Françoise con 'Cul de Sac', donde interpretaba un pendón despiadado y con muy malas pulgas. Polanski, además de todas las cosas que pueda ser, es un fotógrafo excepcional. Si bien con Catherine no hacía falta ser un genio para sacarla preciosa si era preciso para sacarla descompuesta, cosa que logró al 100%. En cuanto a Françoise, por entonces se murmuraba que tenía gracia y salero, pero que muy guapa no era. Bien, pues Polanski demostró todo lo contrario, sobre todo en sus cinco escenas de desnudos, donde quedó claro para la humanidad que el suyo era el mejor derrière que jamás se hubiera fabricado en Francia. Por cierto: la versión (lamentable) que se ofrece en España es la capada por la censura, de modo que ahí no encontraréis nada de todo esto. Para verla tal y como Polanski la terminó debéis comprarla en Amazon (si no queréis moveros de aquí).

La primera foto es de Françoise en Cul-de-Sac (obsérvense sus prodigiosos ojos de media hora cada uno) según planea descerrajar un tiro a Lionel Stander (no específicamente a su personaje; se murmuró en su momento que más bien al actor, pues tenían cuentas pendientes; el rodaje, en la costa de Northumberland, fue cualquier cosa menos idílico). La segunda es una promocional de 'Repulsión', con Catherine en 'native mode'. La tercera es una 'still' de la Denueve con cara de Marcial Lalanda, el de 'a matar como Dios manda'.










En 1966 hicieron su tercera película juntas; por entonces estaban ya instaladas en el status de superestrellas internacionales (algo más la Deneuve). Según leí no sé dónde el papel no les llegó directamente, pues el director, Jacques Demy, buscaba dos gemelas idénticas que además supieran cantar y bailar, pero al cabo de unos meses de búsqueda infructuosa (Pier Angeli y Marisa Pavan ya estaban un poquito mayores) terminó por aceptar que transformar a las gemelas en mellizas no sonaba irrazonable, que a bailar un par de cosas se aprende, que doblar voces viene a ser tan viejo como el cine y que aparentar tocar con maestría un instrumento musical es lo más fácil del mundo. A cambio tendría las dos hermanas más gloriosas del cine francés, y además en la edad adecuada.

Hacía mucho tiempo que no convivían tan intensamente (en 'La Chasse...' no coindían en el set), y para su sorpresa se lo pasaron en grande. Fue como si hubiesen vuelto a la adolescencia, si bien ya liberadas de la burguesa educación que su bienintencionada madre tanto empeño puso en darles. Fueron semanas muy felices para las dos, lo cual se nota en la película, que si bien y en general es un coñazo, cuando aparecen las dos juntas se transforma. Hoy en día es una película de culto, y no muy fácil de encontrar, pero si escarbáis en las grandes superficies seguro que dáis con una copia; si es la versión restaurada por Agnes Varda (la viuda de Jacques Demy), aún mejor. La foto a continuación las muestra encantadas de la vida, y nadie puso jamás en duda que lo estaban. El trailer que viene detrás no es el oficial de 1966, sino el de la versión restaurada. No es que sea una maravilla, pero desde luego incita a comprar el DVD.






Menos de un año después, el lunes 26 de junio de 1967 (tal día como hoy, 26.6.2012), Françoise Dorléac se mataba en un Renault alquilado, en el trébol de autopista previo al aeropuerto de Niza. Por entonces yo estaba en Alemania, trabajando en algo que me hacía volver al hotel de madrugada. La única cena posible era un sandwich en el coffe shop del hotel, el Klee de Wiesbaden. Allí supe, según veía la tele luchando con el sandwich y con el sueño, que me había quedado sin la más querida de mis diosas. La más querida porque, a diferencia de todas las demás, representaba lo que instintivamente pensaba yo sería la compañera ideal, si algún día daba con una. El disgusto, y el pesar, me duraron mucho tiempo. Escribiendo esto aún creo percibir que no se me ha pasado. No del todo.

Catherine Deneuve rodaba por entonces 'Belle de Jour'. El rodaje se interrumpió unos días, pero al reanudarse nadie pudo notarle ningún tipo de 'ausencia mental'. Era una completa profesional, y siguió ejerciendo de tal, si bien durante más de treinta años se negó en redondo a hablar de su hermana, del accidente y de lo que su muerte supuso para ella. Simplemente, explicó, era superior a ella.

Desde entonces ha hecho docenas de películas. Unas le han dado más dinero que otras, cosa que nunca le ha importado, sin duda porque siempre ha tenido suficiente. Su status en Francia es tal que una película con ella dentro, por mucho que ya tenga 69, es éxito seguro. Ha envejecido con total majestad (si se ha hecho algo, ni se nota ni lo sabe nadie), conservando su atractivo a lo largo de todas las etapas de su vida. Sigue teniendo fama de antipática y distante, pero en mi experiencia personal no es así. Sólo le sucede, como a tantos y tantos europeos, que no pone nada de su parte para entenderse con desconocidos o con gente sospechosa (periodistas y otros tipos de mal vivir). Si se posee un comanche decente, y si se viene de dejar unas rosas en la tumba de su hermana, es una gran dama encantadora.


A los treinta y dos, en 'Le Sauvage'


A los 37, en 'Le Dernier Métro'


A los 40, en 'The Hunger' ('El Ansia')


A los 49, en 'Indochine'


A los 59, en '8 Femmes'

Espero no haberos aburrido con mis siete diosas. Ahora sería un detalle por vuestra parte que nos hablárais de las vuestras.


12 comentarios:

  1. La información de la Condesa Descalza, sería porque les habría oído a mis hermanos mayores que habían ido al Callao a verla.
    Un, dos, tres..genial como todo lo de Billy Wilder.
    Qué papelón el de Marcello autoenviándose anónimos de "cornuto" y el desconocimiento de las sicilianas del "epilady"

    ResponderEliminar
  2. Veo que tenemos algunas diosas comunes, aunque voy a mencionar a la menos conocida y de mi terruño: Liselotte (Lilo) Pulver.- Muy apropiado el nombre (imagino que es alias) de Pulver = pólvora.
    La mirada picarona es increíble y hace que antes de llevársela al huerto (¡madre mía!) invite a pasar un divertido rato juntos.
    "Un, dos, tres" la he visto de pequeño como tres o cuatro veces; es desternillante.

    Muy refrescante el suelto! Gracias; me parece que ya estábamos todos un poco hasta la coronilla de tanta economía y tanta prima de riesgo.- Un poco de aire fresco entona.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No sabía que fueras suizo. Por lo demás su nombre no es ningún pseudónimo. Es Liselotte Pulver desde que la bautizaron: http://de.wikipedia.org/wiki/Liselotte_Pulver

      Gracias por haberlo leído.

      Eliminar
    2. Bueno, hay Suiza italiana, francesa y alemana, así que con el nombrecito ése no puede ser sino de la parte alemana.-
      Francamente, lo de que fuera suiza no me importa lo más mínimo, pues tiene otras cualidades más interesantes...

      Eliminar
  3. La Francia siempre será La Francia muy superior a las potentes irlandesas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo también estoy más por lo francés, pero tras unas buenas vacaciones en Irlanda (las dos, la británica y la otra) me dije que si tuviera 20 años me abrumaría en un mar de dudas.

      En cuanto a potencia, desde luego, pero deberías darte una vuelta por Bretaña y Normandía.

      Eliminar
  4. Gracias Alfonso por compartir. Si los productos que preparamos los ingenieros son mucho más austeros que los tuyos. De Ava, aunque morena, si que me impresionaron siempre sus ojazos verdes y su dominio de las situaciones. La Hora Final es la película suya que más me gustó, ya que no pude ver Mogambo pues no iba al cine Quevedo.

    Y común en gustos, la Deneuve. No me gusta de madura, pues la encuentro gorda, pero con la cara de niña de Repulsión (me recuerda a una chica que fue mi primer amor), me encanta que belleza casi infantil, tiene en esos momentos.

    Gracias por deleitarnos con tus bellezas. Yo ya he expuesto también las mias. Espero que los demás se animen, pues todos tenemos esos imborrables recuerdos..

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No me digas no has visto Mogambo. Eso tienes que curártelo.

      Sería bueno que los demás se animaran, sí. Además, hemos dejado suficientes diosas sin tratar. Para empezar, salvo tú de Carmen Sevilla no hemos hablado de ninguna española (temo que no son diosas para nadie; demasiado garbanceras, probablemente). A ver si alguien se atreve; es dudoso, porque esto no deja de ser un desnudar tu alma en público, pero igual aparece algún valiente. Ya se verá.

      Eliminar
  5. Escrito en mail el 28/06 e incluido en el Blog como homenaje a Alfonso.
    ¡ Si señor ! Parece que tenías el mismo gusto por la niña y los lunares.
    Bueno, ya me he enterado de vuestros delirios, de vuestras aventuras y de vuestros faroles. Y también de vuestras desviaciones, parece que uno se quedó prendado de la planta de John Wayne y casi perdió los papeles y otros estamos esperando el “morbo” de lo que nos cuentan nuestros “curillas”. De los demás nada nuevo.

    Lo mío ha sido siempre muy discreto, en general no me han gustado demasiado las tipo “leonas” y despampanantes, excepto algunas, claro, y en ese capítulo estaban la CC, la BB, la MM y alguna otra. Por supuesto Ava Gadner está en las excepciones, lo mismo que Ingrid Bergman, Maureen Ohara, Natalie Wood o Elisabeth Taylor

    Creo que he asociado mis gustos a los personajes que interpretaban en las películas que veía y si me gustaba el personaje me gustaba la diva. Así no he soportado a Doris Day o Sandra Dee y me gustaba aquella bailarina que encandilaba a los comunistas en “Un, dos, tres”, se parecía a Anita Ekberg ¿o a Jane Mansfield ?.

    En aquella época debía ser muy “serio” y lo de los dioses estaba en el “sexto” cielo.

    De las españolas ni os cuento, no recuerdo especialmente a ninguna, de verdad. La única Carmen Sevilla. Las demás, pues pse, pse. Me han gustado los fotogramas que las hacían y que, en blanco y negro, las daba un aire clásico bello y sugerente pero poco mas.

    La conversación ha sido muy interesante y curiosa y “Vía mail” y no en el blog ¿Para que no la cotilleen los niños o las parientas?.

    Seguiremos mas allá.

    Ahora voy a ver una de Maureen y del “dios” del hereje. La ponen en la “1”.

    Amén.

    Angel

    ResponderEliminar
  6. Ya lo leí. De Catherine Denauve me falta algo.
    Echo de menos el nombre de Luis Buñuel que la dirigió en dos películas: "Bel le Jour" y "Tristana" esta última con Fernando Rey y en que la cortaban una pierna. ¿es así?
    Escribo de recuerdos y sin mirar el "wiki", por eso interrogo.
    Alfonso, trabajas un huevo, y bien.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Ángel, pero no es para tanto. Hablar de cine no es un trabajo. Es algo que siempre me ha gustado mucho.

      Lo que dices de la Deneuve, Buñuel y Fernando Rey es religiosamente cierto.

      La parte más interesante de la carrera de Catherine Deneuve, a mi modesto juicio, es la que acaba con los 60's. Por eso no he escrito demasiado más allá de ese punto. No es que no hiciera grandes películas, que hizo unas cuantas. Es que, al menos para mí, ya no era una diosa.

      Abrazos

      Alfonso

      Eliminar
  7. Siempre Rita http://www.youtube.com/watch_popup?v=mz3CPzdCDws

    ResponderEliminar

escribe tu comentario en el recuadro.
NO TE OLVIDES DE FIRMAR.
¡ LOS COMENTARIOS ANÓNIMOS SERÁN BORRADOS !.